Testimonios
El Padre Eterno es real y su poder se manifiesta desde la eternidad hasta la eternidad para dar a conocer su Nombre y su fidelidad, de manera que los que creen, puedan crecer en el amor y la confianza hacia Él; y los que aún no han creído, puedan conocer de su amor, perdón y propósito.
A continuación encontrarás testimonios reales de personas ordinarias que han conocido y experimentado un Dios extraordinario.
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Dice la palabra de Dios que es muy fácil andar por el camino de la perdición, pero difícil es ir por el camino que nos lleva a la vida; porque el camino es angosto y duro. Mateo 7:13-14Hoy quiero contarte lo que Dios hizo conmigo. Durante años yo anduve por caminos de perdición dejándome llevar por mis sensaciones y emociones. Caí en las drogas, me prostituí, pero no por dinero sino por afecto, y aunque viví experiencias muy intensas, nada llenaba el vacío que había en mi ser. Sin darme cuenta, estaba metida en una cárcel que no tenía barrotes, pero que me mantenía atada a vicios y malas costumbres que jamás hubiese imaginado que haría.
En cierto punto de mi vida, llegué a pensar que por fin estaba realizada al tener trabajo, a mis hijos, un hogar. Sin embargo, ese vacío persistía en mí. Hasta que un día me invitaron a un evento llamado “Concierto de la Esperanza”. Llegué a ese lugar con una necesidad tan grande, quizás como la que tú sientes hoy, de encontrar eso que te falta. Antes de ir, le hablé a Dios diciéndole qué si Él estaba ahí que me recibiera, que yo pudiera sentirlo, le dije que si Él me recibía, jamás me soltaría de su mano. Para mi sorpresa y asombro, pude sentir literalmente el abrazo de un Padre. Esto fue para mi, un gozo y un quebranto; porque al fin pude sentir la plenitud que tanto había anhelado. Encontré sentido a mi vida y mi lugar. Esto es algo inexplicable.
Todo lo que viví en unas horas, no se podía comparar con nada de lo que hubiera vivido antes, y esto trajo un cambio de ciento ochenta grados. Gracias a la ayuda del Espíritu Santo en mi vida, pude dejar las drogas, dejé de buscar “amor de unos momentos” en los hombres y me enamoré de Jesús. Él es mi gran amor, en Él lo tengo todo.
Han pasado cuatro años desde que alguien fue la puerta para que yo conociera a Jesucristo y el sacrificio que Él hizo por mí y también por ti. Entendí que tengo un Padre en el cielo que quiere para sus hijos lo mejor y que tengo una promesa de herencia en Él. Hoy, yo también quisiera ser la puerta para que puedas conocer a Cristo. Él esta llamando a tu corazón, solamente tienes que creerlo con todo tu ser y dejarlo entrar. Estoy segura que Él podrá hacer contigo, lo que hizo conmigo.
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Nací dentro de una familia cristiana pentecostal para el comienzo de los años 80 en el centro de Puerto Rico. En mi niñez, mientras crecía, tenía un temor genuino de Dios. Intentaba con esmero seguir las reglas humanas y las divinas, lo que moralmente me hacía ver como una persona intachable ante la sociedad, y en realidad así fue. Nunca me forzaron a creer o aceptar las cosas por la fuerza como algunas personas creen que se trabaja dentro de las iglesias. Todavía recuerdo el dejar de ir a actividades familiares y/o sociales por preferir ir a escuchar la Palabra de Dios, porque eso me hacía sentir muy bien.Pasaron los años y aunque era una persona muy inocente, también era muy apercibido. Dentro de la iglesia, hubo cosas que cambiaron sutilmente y esto me produjo mucho dolor y decepción. A los 14 años, sentía que todo se convertía en un sistema religioso que me asfixiaba y a partir de ese momento comencé a ponerme rebelde. La inmadurez de mi adolescencia tampoco me ayudó; me descuidé y caí víctima del enemigo de las almas, así que entré en un estilo de vida totalmente opuesto y extremista a lo que se me enseñó. Mal aproveché 16 años de mi vida ahogado en vanidades y vicios, cuando lo que verdaderamente necesitaba mi alma era amor. Amor, que en aquel tiempo traté de buscar en los 4 puntos cardinales pero olvidé mirar hacia arriba (Dios).
A pesar de todo esto, el Espíritu Santo de Dios nunca me abandonó. Él estuvo trabajando conmigo y aún en los peores lugares, me hacía recordar la palabra de Dios e incluso, me expulsaba de los malos lugares sin yo entender. Sin darme cuenta, el Espíritu Santo me fue llevando hasta retomar un estilo de vida más correcto. Varios años más tarde, mi esposa y yo, recibimos una invitación a una iglesia. Todo cambió para bien el día que aceptamos aquella invitación.
“Estuve muerto, y reviví. Estuve perdido, y fui hallado”. Lucas 15:11-32.
Hoy día seguimos congregándonos en el mismo lugar donde nos hicieron esa invitación. Dios removió el corazón de piedra, puso uno de carne y me hizo una nueva persona. Actualmente, mi esposa y yo, somos un matrimonio activo en obras comunitarias. Por mi parte, todo lo que aprendí y utilizaba para el mal, ahora lo hago para el bien.
Si eres una oveja extraviada, como lo estuve yo, porque te decepcionaste con la religión y de cómo te presentaron a un Dios castigador del cual no eres digno de su amor, te invito a recibir el amor sanador de Dios. Te invito a que te vuelvas a una relación viva e íntima con el Espíritu Santo.
Si tu vida está hundida en delitos y pecados, como lo estuve yo, te invito a creer y recibir lo que Jesucristo hizo por ti en la cruz pagando por tu pecado, a arrepentirte de todo lo malo que hayas hecho y a volverte a Dios.
Si estás falto de un verdadero amor fraternal y/o paternal y te sientes vacío y sin propósito; el Señor te extiende sus brazos para abrazarte. Él está esperando que te vuelvas a Él y te recibirá tal como un Padre espera a su hijo. Te dará identidad y propósito.
Sea cual sea la situación que tu hayas vivido, no permitas que las malas experiencias determinen el curso de tu vida lejos de Dios.
¿Te gustaría dar el primer paso? Todavía hay espacio en la mesa para ti. Aún la puerta sigue abierta y el Señor te espera. Recuerda que todo comienza con un primer paso.
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Edad; 59 años, de Managua, Nicaragua.
Cuando anduve en el mundo sin Cristo, mi vida no tenía sentido. En mi hogar, sufrí maltrato físico y psicológico. Visité lugares de perdición buscando una salida, pero cada vez me hundía más en la angustia y el dolor. Comencé a padecer de insomnio, presión alta, depresión y soplo en el corazón. Mi esposo me abandonó y me quedé sola con mis hijos.
Una persona me habló de Jesucristo. Me dijo que le permitiera entrar en mi corazón, para así quedar libre de mis cargas, pues ya yo no aguantaba más y hasta quería desaparecer de esta tierra.
Tomé la decisión de buscar en Dios una ayuda por medio de los hermanos de una iglesia. Ellos pusieron sus manos sobre mí y ungiéndome con aceite comencé a sentir un cambio en mi cuerpo, como que algo entraba y me tomaba. Era un poder sobrenatural que se llevaba mis temores y tristezas. Lloraba, pero no de dolor, sino de alegría, pues mi vida estaba siendo transformada. Los hermanos que oraron por mi me dijeron que había recibido al Espíritu Santo, pues en ese mismo momento yo acepté a Jesucristo como mi Salvador. Reconocí que él había llevado a la cruz mis enfermedades y mis pecados. Comencé a vivir una nueva vida, ya no me sentía sola, ni desesperada, pues Dios, mi Padre Celestial, ahora estaba conmigo y sé que nunca me dejaría.
Ya con Jesucristo en mi corazón, he salido adelante en mi hogar, tengo una razón de vivir, y con la ayuda del Espíritu Santo me siento victoriosa. En medio de las pruebas, tengo nuevas fuerzas, como las de un búfalo, y por las misericordias de mi Dios, Él me provee de todo lo necesario.
Sé que un día le veremos en la patria celestial, donde allí no habrá llanto ni dolor. Tengo esa esperanza de habitar en una tierra nueva y un cielo nuevo. Esa es mi meta. Alabo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por todas sus bondades.
Espero que mi testimonio halla sido de mucha bendición para tu vida y te animo a que tu también aceptes a Cristo como tu Salvador, pues Él viene pronto. Dios te Bendiga.
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Joe:
Mi vida de niño fluctuaba entre cuidos de mi tía abuela en el pueblo de Salinas y la casa de mi abuela paterna en el barrio Barrero en Guayanilla. A veces pienso que el sentimiento de soledad y orfandad que albergaba mi corazón se debía en parte a eso... siempre quise sentirme importante para alguien. La figura que fungió como padre fue la de mi primo materno, unos 9 años mayor que yo a quien yo presentaba como mi tío. Con él aprendí un comportamiento agresivo y violento, siempre presto para demostrar que no dejaría que abusaran de mí, pero no me sentía cómodo ni feliz. No quería vivir ni comportarme de la manera que tenia como ejemplo. A muy temprana edad comencé a hacer uso de sustancias, a escondidas de mi padre que tenia un alto puesto en la Policía de Puerto Rico. Mi padre ocupaba la mayoría de su tiempo en sus funciones como teniente coronel de la Policía y mi madre ocultaba su depresión en largas horas de sueño frente a la falta de atención de su esposo y sus infidelidades. Mi adolescencia transcurría entre la semana en Ponce y los fines de semana en Salinas.
Creo que para un tiempo de Semana Santa en el año 1976 recuerdo haber consumido marihuana con mis amigos de escuela, pero en esta ocasión la reacción fue muy diferente a las ocasiones anteriores. Allí mi vida cambió para siempre. Recuerdo que mi sentido del tiempo cambió, los minutos se hacían horas y la percepción de todo a mi alrededor también. Estaba muy asustado.
Para esa misma época mi hermana, un año mayor que yo, me había invitado a la iglesia evangélica y yo le acompañaba. Nos venían a buscar en una guagua Van. Ese fin de semana fui a Salinas y cuando regresé me sentía muy mal y llegué directo a mi cuarto, entré en el closet y cerré las puertas. Me arrodillé y me apoyé sobre una silla que había y comencé a llorar y a pedirle perdón al Señor. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero sé que llore profundamente. De momento, vi, con mis ojos cerrados, una luz brillante que venia del techo y que entró por mi cabeza, y logré ver, como un anciano sentado en un trono, pero todo resplandecía. Me levantó por los codos, que tenía apoyados en la silla. Recuerdo vívidamente que todo fue muy rápido, y salí del closet y me miré al espejo. Mi cara estaba roja, como si me hubiese quemado. Pero me sentía bien, perfectamente bien. Lo que anteriormente sentía, había desaparecido. Esa misma tarde pasaron a recogerme para ir a la iglesia, y cuando salía para montarme a la guagua llego a mis oídos una voz clara que me dijo: “no digas nada, que a ti no te ha pasado nada”. Y no dije el gran milagro de sanación que el Señor había efectuado en mi vida. Estuve aproximadamente un año visitando la iglesia y estuve ese hermoso tiempo en intimidad con el Padre. Luego mi vida continuó en el mismo comportamiento anterior.
A mis 18 años decidí, de buenas a primeras, ingresar en el ARMY, pues esto representaba alejarme de ese entorno en que vivía y en el que no quería seguir. Ya no consumía drogas, pero si bebía alcohol. Llegué siendo un joven fanfarrón que respondía de manera violenta a cualquiera que me hacía frente o me incomodaba y esto creo situaciones que más adelante logré sobrellevar.
Me gustaba y disfrutaba la vida militar y era un soldado destacado. En una ocasión vine de pase a Puerto Rico y luego de varias semanas en la isla fui a conocer personalmente a una joven de Mayagüez que había conocido por teléfono y cartas,
por medio de un amigo y compañero militar. Nuestro enamoramiento vino inmediato y luego de unas semanas de visitas a Mayagüez hable con sus padres para comprometerla. Regresé, pero en esta ocasión destacado en Turquía, pero cuando me fui de Puerto Rico mi estado emocional y mental era débil y caí en una fuerte depresión que me llevó a terminar la relación y estar un año en un hospital militar.
Regresé luego a Puerto Rico y comencé a congregarme y me casé con una joven cristiana que fue compañera de escuela. Luego de 24 años juntos mi esposa murió de cáncer. Me sumí en una fuerte depresión otra vez, para ese entonces vivía en los Estados Unidos donde permanecí por espacio de dos años más. Luego decidí volver a Puerto Rico y me reencontré con mi novia de juventud, Ivette, con quien había terminado.
Próximamente cumpliremos 10 años de casados. Doy gracias a Dios por la inmensa misericordia que ha tenido conmigo y sigo perseverando y buscando mantener una relación cercana con mi Señor.
Te invito a darle el sí a Jesucristo, no calles, no permitas que el enemigo cierre tu boca y da testimonio de cada milagro por pequeño que te parezca.
Ive:
Mi temprana adolescencia y juventud transcurrió formando parte del grupo de la Juventud Acción Católica, las hijas de María, el coro y los retiros de la Diócesis y de la capilla, entre otros. Así creció mi vida espiritual, y yo pensaba que lo que necesitaba era ser buena y creer en Dios y en la Virgen María. No recuerdo haber leído detenidamente la Biblia, solo los rezos repetitivos y lo que había escuchado en los retiros y en misa, sin haber profundizado. En varias ocasiones visité la iglesia donde se convirtieron mis dos hermanos, y alli comencé a percibir una manera diferente de adorar y conocer al Señor.
Sin embargo, de algo estoy bien segura, que el Señor ha estado siempre para ayudarme y guardar mi vida y la de mi hija, pues he vivido circunstancias (divorcio, desempleo y otros) en las que sólo la misericordia y el amor del Padre estuvieron conmigo.
Después de muchos años, me reencontré con mi primer novio, mi hoy esposo, que había enviudado y regresado a Puerto Rico. Luego de acompañarle a la iglesia donde se congregaba estuve dos años escuchando palabra ungida que llegaba a través del Espíritu Santo. Aquí comenzó mi verdadero encuentro y conocimiento de Cristo, ¡aleluya! Mi corazón fue tocado y transformado por el Señor. Y llegué a comprender que Dios me ama tanto que envió a la Tierra a su hijo Jesús, (solamente Él, ni virgen, ni santos) para morir por mis pecados (y los pecados de todo el mundo) para que yo pudiera ser perdonada (Romanos 5:8; Juan 3:16).
Desde el comienzo de mi vida con Cristo, por el poder del Espíritu Santo que vive en mi corazón, él ha seguido santificándome a través de su Palabra y de su obra en mi vida. Este perdón y la seguridad que tengo de parte de Dios puede ser tuya también si confías únicamente en Cristo para el perdón de tus pecados.
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…Pero, allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. (Romanos 5:20) Este versículo podría describir y resumir perfectamente mi testimonio de salvación y rescate de Jesús hacia mí. Mi niñez no la recuerdo muy bien, pero lo que sí puedo asegurar es que no crecí con el conocimiento del evangelio de Jesucristo. Sí había escuchado de Dios, pero no lo conocía, y no es lo mismo escuchar de alguien que conocerlo. Fui construyendo mi vida en base a lo que aprendía que se hacía en el mundo y muchas malas decisiones, lo que me llevó a ser una persona completamente hundida en delitos y pecados, viviendo en una completa orfandad y falta de identidad. Recuerdo que en mi adolecencia, Jesús comenzó a atraer mi corazón, cuando estando en una profunda depresión y al borde de la muerte por intentos suicidas, no permitió de muriera, porque Él tenía planes con mi vida, como los tiene contigo. Pero traté de huir de su llamado y corrí lejos de Él, traté de esconderme, ignorando que no podemos escondernos de su presencia. Huí por 5 años desde el suceso mencionado, envuelta en vicios y desenfrenos, buscaba mi identidad y llenura en pecados y personas, hasta que un día en una visita a la iglesia, no pude resistirme al abrazo del Padre, diciéndome que me ama con amor eterno, que con mi arrepentimiento, me limpiaría, me perdonaría, me salvaría y me daría vida eterna. Al principio, no podía entender como podía existir un amor tan grande y capaz de perdonar al más vil pecador y no recordar más sus pecados y su pasado, sino que ofrece una vida nueva en Jesucristo, pero como el versículo del principio, su gracia (favor inmerecido) sobreabundó en mí, que abundaba el pecado. Al aceptar y comenzar a conocer a Jesucristo, su Espíritu Santo que había comenzado a vivir en mí, comenzó a ayudarme a terminar con los vicios a los que estaba atada, a renunciar a mi vieja vida, a transformar mi manera de pensar y vivir, para comenzar a correr en sus planes y propósitos para mí. A través de Jesús, conocí el perfecto amor de un Padre, el amor de un hermano, el amor de un amigo, la paciencia de un maestro, y hoy vivo para adorarle con todo lo que soy, porque me amó, lo amo.
Hoy tengo una nueva vida, una identidad correcta, una herencia en los cielos, un esposo maravilloso con el que Dios le plació unirme, para glorificarle cada día con nuestras vidas. Vivimos agradecidos por su amor, y por eso, quiero animarte a que abras tu corazón a Jesús. No hay pecado que Él no pueda perdonar, no hay vida que Él no pueda restaurar, no hay corazón que Él no pueda transformar, no hay nada tan sucio que Él no pueda limpiar, no hay vicios que Él no pueda quitar, no hay vacíos que Él no pueda llenar.
Amado, no hay bien fuera de Él.
Cada día el Espíritu Santo te guiará y dará las herramientas para continuar peleando la buena batalla de la fe, hablándote a través de la oración, a través de la Biblia. No estarás solo(a), Jesús siempre estará contigo hasta el fin.
Únete ya a esta gran familia, que es el Cuerpo de Cristo, pues su segunda venida está a las puertas, y Dios no quiere que nadie se pierda, sino que todos vengan a arrepentimiento, para salvación.